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OFRECER LO QUE SOMOS

     La Eucaristía es el máximo don que recibimos cada día los cristianos: Jesús hecho Pan de Vida que se ofrece en Alimento para ser parte de nuestro ser. Jesús entra en nuestra morada, que no es digna de recibir a tal Rey, por eso decimos antes de comulgar: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una Palabra Tuya bastará para sanarme".
Entre las distintas partes de la Eucaristía está el OFERTORIO, momento en que ofrecemos el pan y el vino que será convertido, por la efusión del Espíritu Santo, en el Cuerpo y Sangre de Jesús. ¿Hay algo más cotidiano, más sencillo, que un poco de pan y de vino?. Jesús siempre ha sido amigo de lo sencillo, se abaja para llegar al hombre, encarnándose en una mujer humilde, naciendo en un establo...

Os compartimos una bella reflexión de José María Salaverri (Marianista) fallecido en el mes de Febrero de este año 2018. Nos ayudará a vivir con mayor profundidad el misterio que celebramos, haciendo de nuestro día una Misa continuada.

ELOGIO DE LA GOTITA DE AGUA

Soy un entusiasta de la gotita de agua. Sí, la del rito del ofertorio de la misa. La que se echa en el vino que va a ser consagrado. Confieso, además, que me siento incómodo cuando un concelebrante prepara el vino y echa la gotita en la credencia y a espaldas de los asistentes. Las rúbricas dicen que se reza una oración “secreta”, pero no dice que el gesto se haga en secreto.

¿Quién nos separará del amor de Dios?
Alguna vez, cuando celebro la misa para niños y con un monaguillo, le digo que eche la gotita. Luego le miro y le digo que la vuelva a sacar. Hay que ver la cara de asombro del chaval que no sabe qué decir. Aprovecho para remachar la efectiva imposibilidad. Gotita de agua, nosotros; vino, la sangre del Señor. Me gustaría tanto que, en ese momento, a cada uno de los participantes nos viniera espontáneamente a la cabeza las palabras de Pablo a los Romanos (8, 35): “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿la tribulación? ¿la angustia? ¿la persecución? ¿el hambre? ¿la desnudez? ¿el peligro? ¿la espada?”. Pase lo que pase, ¡nada nos separará!..."


gota de agua y oración secreta que dice sacerdote en el ofertorio


¿Gotitas? Las hay muy variadas…Pienso que cada asistente, mentalmente, tendría que ofrecer “su” gotita de agua personal, la del momento que vive.
A veces, puede parecerse a una lágrima; en momentos duros, de pérdida de una persona querida; de un fracaso; de un revés inesperado.
A veces, será una gotita de sudor, ante un trabajo o empeño difícil de llevar a cabo física o moralmente.
A veces, es la gotita de agua de mi incapacidad como cristiano que tendría que evangelizar… y no tengo más que ‘agua’, es decir tan solo buena voluntad, pero, unida al vino Cristo, puede llegar a mis hijos, a mis amigos, a mis convecinos, sobre todo a los “alejados”. Algo así como el milagro de los servidores de Caná.
A veces, la gotita puede ser de agua clara, de alegría, de agradecimiento, por tanto bien recibido, del que ¡de pronto! me doy cuenta. ¡Somos tan olvidadizos de lo bueno que nos da el Señor!
Otras veces, esta gotita no será más que de buenos deseos, pero, como dice santa Teresa, “conviene no apocar los deseos”. Y añade que los santos por ahí empezaron, por buenos deseos, y con el favor de Dios (¿el vino eucarístico?) llegaron donde llegaron.

Algunas veces esa gotita de agua me recuerda a otra persona y la echo “con ella” o “por ella” o “para ella”, con sus necesidades y deseos.

Que no falte la gota de agua:
Precisamente, santa Teresa, tan amiga del agua para explicar la vida espiritual, nos dice que, a veces, no nos atrevemos a sacar del pozo de gracia que es Jesús, más que una gotita de agua. Le pasó también a ella al principio, hasta que “me determiné a hacer eso poquito que era en mí”. Una gotita de agua transfigurada.

Otra Teresa, la de Calcuta, también habló de “gotita” ante ciertos críticos: “A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar; pero el mar sería menos, si le faltara esa gota”. Por eso en la eucaristía diaria, y en la adoración del Santísimo Sacramento, “encontramos a nuestros pobres”. Una gotita de agua que se transforma en entrega, en caridad, en misericordia, en sangre de Cristo derramada con amor por pobres y marginados.

La oración “secreta”:
¿No tendría, ese rito tan sencillo, que ser un poco más destacado en nuestras eucaristías? No sé si pienso mal, pero me temo que demasiados sacerdotes olvidan la oración “secreta” que debe acompañar a la gota que se diluye en el vino:

 Oración que resulta un poco larga para la velocidad a la que cae mi gotita. Pero es preciosa. Recuerda el “admirable intercambio” que se realiza. Un intercambio desigual, pero maravilloso. Le damos a Jesús algo muy pobre y muy humano y Él nos da el tesoro de su “cuerpo, sangre, alma, vida y divinidad”. Por eso pienso que en el ofertorio no hay por qué levantar muy alto el cáliz y la patena, sino hacerlo con un gesto de ofrenda sencillo y humilde ¡ofrecemos tan poca cosa! Pero con cariño y alegría. Y recibimos tanto, por eso lo levantamos en alto con alegría, sobre todo después de la plegaria eucarística.

Soñando:
Sí, a veces sueño que en un futuro se revitalice la gotita de agua. ¿Cómo? Una persona cualquiera de la asistencia se acerca al altar y, mientras pone la gotita en nombre de todos, la asamblea dice al unísono la oración ex-secreta: “El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana”. ¿Sueño? No sé lo que pensarán los liturgistas, pero sería la manera de cada uno pensara de verdad en su propia gotita de agua. En su propia  pequeñez, pero también en su grandeza, al unirse irrevocablemente a la Sangre de Cristo. Sí, Sangre con mayúscula, como lo escribía siempre Catalina de Siena. Ella, tan “gotita de agua”, tan joven y tan poca cosa, pero escogida por Cristo y en Cristo para regenerar a su Iglesia.

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